"Tristeza.
Tristeza.
Todo es triste.
Mis recuerdos son tristes.
Mis deseos son tristes.
Es triste mi añoranza.
Y mi soledad.
Los colores, los sabores, las palabras, los sonidos.
Son tristes.
Los silencios en tu presencia.
Y en la mía.
Los cruces de miradas rápidas, huidizas.
Las ausencias, ahora que no estás.
El teléfono, ahora en silencio.
Tu pelo recogido, pero triste.
Mis lágrimas en la noche.
Y en la tarde.
Son tristes.
Todas las monas del mundo están tristes.
Y el tigre-tigre, que no para de llorar, el pobre.
Y los gatos y gatas.
Y los periquitos azules, perdiendo sus plumas de vergüenza que les entra.
Son tristes los bancos incómodos de los parques, y las bicicletas.
Y hasta los paseos soñados por la Alhambra transpiran llanto.
Las puertas mágicas de color rosa,
que personas fruncidas y desamables ya las han pintado de otro color.
Los habitantes de la casa del lago,
que han hecho el equipaje y se han marchado, de tristeza que tenían,
dejando atrás palomitas recién hechas, el fueguito encendido y la lluvia en los cristales.
Los relojes también entristecen, y se han parado a la peor hora.
Y las naranjas, que se mueren de tristeza dentro de sus bolsas,
transparentes eso sí, para ver pasar el mundo.
Ya no se rompen mis bandejas,
y no es por falta de ganas, o de tristeza.
Sin energía para hablar.
Sin ganas.
Tristeza de verdad, superlativa.
De la que duele, y te hace peor persona.
De la de color morado.
Y lo demás no importa.
No importa nada.
Porque todo es triste.
Todo.
Todo.
Y no hay consuelo".
E.M.
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