Dedicado a alguien que es como las amapolas: de campo, asilvestrada, fuerte, potrosa, ... y muy bonita.
Y por ser la única en conocer el motivo por el que hago fotos al cielo.

Translated Skies

La espera


Esta fotografía ha sido tomada a través del ventanal de un Centro de Salud, mientras esperaba un diagnóstico. El título de la foto es uno de esos que vienen solos.
Además, añadir que el encuadre de la imagen me parece de lo más apropiado y metafórico a ese momento y a como me sentí: vulnerable, encajado y atrapado entre bloques de hormigón, y contemplando, a través de esa especie de barrotes, un cielo casi inalcanzable, símbolo de belleza, de libertad, de felicidad.
 
[Buen año a todos los que leáis esto. Y que hagáis muchas miradas hacia arriba.]

El arco de Cupido

 
"Un recuerdo. 
Camino hacia el centro de la ciudad en mitad de las fiestas de Pascua, porque hemos quedado en un bar de la calle Pelayo. Según ella, tiene muchas ganas de verme, que no aguanta más. De ahí su “escapada”.
Cuando llego, ella ya está dentro. Me quedo parado en el umbral de ese bar, mirándola. Tengo ese recuerdo vivo dentro de mí, da igual los veranos que pasen, o los otoños grises. Es como si le hubiera hecho una fotografía en ese instante, como esas que hago del cielo, para que permanezca para siempre, y que se quedará conmigo hasta mi último día.
Fotografía: está sentada ante una mesa pegada a la pared. El sol entra por una puerta que tiene a la espalda e ilumina su pelo recogido y su chaqueta de cuero negro, esa que le queda tan bien. Ojea unos libros.
Por unos instantes no me muevo de ese umbral, solo la miro y pienso que es lo más bonito que he visto nunca (es curioso, sigo pensando lo mismo, tanto tiempo después). En mi cabeza suena a todo volumen "Inspire Me", una canción cálida de Paul Carrack. Cada momento tiene su banda sonora, y esa música es la que asocio siempre a ese instante. Lo que me apetece realmente es bailarla con ella por encima de las mesas, por encima de la vida, mientras todos nos miran con las bocas abiertas y los ojos abiertos y las almas envidiosas de tanta locura nuestra.
Ella no se da cuenta de que estoy ahí, y sigue ojeando absorta los libros que ha comprado. Sólo cuando emprendo el movimiento y entro es cuando se apercibe y me mira sonriente. 
Llego a su mesa y me siento a su lado. Y puede más mi timidez que las ganas de verla durante esos siete últimos días, pues apenas la miro. Ella, dándose cuenta quizás, me gira suavemente la cara y me besa. Luego me suelta:
            - Hola.
            - Hola - le suelto yo.
            - ¿Estás bien?
            - Ahora sí.
Sonríe, vanidosa. Y susurra:
             -  Tenía muchas ganas de verte.
             -  Yo también a ti.
Esto último es absurdo que lo diga a esas alturas, porque la cara de idiota que presento ya lo indica todo.
Y recordando ahora pienso: ¿Quién es el maldito duende de la madrugada que se ha llevado todo esto tan y tan lejos? ¿Y dónde lo ha llevado? ¿Por qué me despierto en la noche y extiendo la mano como si quisiera encontrarlo?
Al acabar el día se marcha, a seguir su vida “seria”, esa en la que yo no entraba, esa en la que yo no entro; la vida de pareja, que con el tiempo se convierte en matrimonio, la de los niños por venir, la de las noches frías que no lo son tanto, pues está con él. La vida que miro desde lejos, y en el silencio azul de mi tristeza.
Ha pasado ya mucho tiempo, querido lector, pero a veces pienso que sigo allí, en el umbral de aquel bar. Que no me he movido en todo este tiempo, que sigo mirándola y mirando como se refleja el sol de la bonita mañana en su chaqueta de cuero negro, en su pelo recogido, y en su alma de niña perdida.”

E.M.

[Feliz Navidad, cielonautas]

El miedo de la noche


"El estío, cansado, inclina la cabeza
para verse surgir, amarillo, del lago.
Hago mi camino cansado y polvoriento
por las alamedas en penumbra.
El viento titubea y corre entre los álamos.
A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.
Delante de mí tengo el miedo de la noche.
Y crepúsculo. Y muerte.
Hago mi camino cansado y polvoriento,
y detenida y dudosa queda tras de mí
la juventud, que baja su hermosa cabeza
y se niega a acompañarme."

                                                          Hermann Hesse