Con
un pequeño y espontáneo movimiento te levantas. En ese momento me doy cuenta de
que tu pequeño cerebrito ya ha decidido acercarse a mí. Y es entonces cuando
empiezo a ponerme nervioso, como siempre, porque sé que en unos instantes
estarás a mi lado y te podré respirar y admirar: momento sublime del eclipse en
el que nos quedamos mirando hacia arriba con cara de tontos, aunque sepamos
perfectamente cuál es el desenlace del asunto.
Llegas
a mi lado y como siempre me miras con el cuerpo entero, y como siempre te
sientas encogiendo las piernas, como si fueras esa sirenita sentada en la roca
danesa. Te apoyas la cara en tu mano derecha clavándome los ojos y ese gesto,
por alguna conexión extraña y ancestral hace que me sienta un hombre, pero a la
vez un niño, desvalido y vulnerable mientras soy observado.
Me
gustan tus piernas, pero nunca te lo he dicho, aunque ahora me apetece gritarlo
para que se entere todo el mundo. Las admiro desde arriba y me muero por
tocarlas, pero ahí las dejo, para que sigan caminando el mundo y llevándote a
donde quiera que la vida te lleve.
Y
también me gusta tocarte, aunque tan solo sea estirando un dedo tras tu
espalda, rozándola levemente. Eso hace que te "sienta". Sueles pegar un respingo
cuando lo hago y me miras enfadada, pero es un enfado de cartón y papel de
seda, falso y suave a la vez.
A ti
también te gusta que te toque, no te creas. Que me coges las manos y te las
pones sobre tu cara mientras cierras los ojos, o tras las orejas, convirtiéndote
por un breve momento en la gata que estoy seguro te gustaría ser.
Ahora
un pequeño secreto: a veces te miro sin que te des cuenta. La verdad es que podría
estar horas mirándote, sin cansarme (comprobado: no me he cansado).
¿Qué qué es lo que miro concretamente? Pues esa manera tuya de caminar y de girar en torno a la esquina de una mesa, con un golpe de cadera sencillo y milimétrico. Y como entreabres un poco los labios y frunces el ceño cuando te concentras. O cómo llenas con tu risa una habitación entera. La manera de asentir con la cabeza cuando hablas con alguien mientras cruzas los brazos. Y esa forma ultrarápida de recogerte el pelo en tres segundos, con movimiento de dedos como pájaros.
¿Qué qué es lo que miro concretamente? Pues esa manera tuya de caminar y de girar en torno a la esquina de una mesa, con un golpe de cadera sencillo y milimétrico. Y como entreabres un poco los labios y frunces el ceño cuando te concentras. O cómo llenas con tu risa una habitación entera. La manera de asentir con la cabeza cuando hablas con alguien mientras cruzas los brazos. Y esa forma ultrarápida de recogerte el pelo en tres segundos, con movimiento de dedos como pájaros.
Es tu
cuello lo que más me gusta mirar, de espaldas si es posible. Hace que me
convierta en un mirón perverso. Lo acaricio con la mirada durante dos o tres
minutos, pero ni te inmutas de concentrada que estás en los problemas y nudos de
tu vida.
Cuando
el fin de fiesta se acerca y finalmente te vas de mi lado tan solo me dejas unas
ganas terribles de volverte a ver.
Ahora,
al ir terminando este texto acabo de darme cuenta de que lo he escrito usando
verbos en presente. Pues nada, querido lector, hazme un favor y cámbialos tú.
Mira, es fácil, te lo explico: dónde ponga “me
miras” lo cambias por “me mirabas”,
y dónde “me gusta tocarte” pues “me gustaba”.
Es que comprenderás que no voy a escribirlo otra vez; ando escaso de tiempo e ilusión, y no me apetece sufrir más.
Con una vez basta.
Es que comprenderás que no voy a escribirlo otra vez; ando escaso de tiempo e ilusión, y no me apetece sufrir más.
Con una vez basta.
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